Cuando expresé mi problema, dije en voz alta: bueno, nunca un problema de verdad. Adelantándome (y atajándome) al juicio del otro, estaba intentando aclarar que, si bien sentía descontento o malestar, el problema era muy chico en comparación a otros “posibles problemas”.

¿La de tener problemas reales no te la sabés?
¿Qué se entiende (entiendo) por problema? Si un evento o situación sostenida me causa: a) incomodidad no ignorable; b) malestar psíquico o físico; c) no me deja dormir bien y tranquila: es un problema. Si es óbice para mi felicidad: problema.
Esto me llevará a hacer dos movimientos: a) quejarme con alguien y b) pensar en una solución. El accionar es posterior (mi papá me repitió demasiadas veces: “pensar antes de actuar”). No estamos haciendo troubleshooting, así que actuar no viene al caso. Esta es una instancia anterior y más penosa.
Los problemas, en su escala de nimiedad-alteración vital, coexisten. Por ejemplo: estaba teniendo un problema con las cubeteras. Son una porquería: el plástico quebrado en los intersticios que unen los cubos causa un goteo desde la bacha hasta el freezer. Una vez acostada en la parrilla blanca, sigue goteando y creando un monstruo de hielo, pan congelado y pechugas de pollo. Una monstruosidad gélida que tengo que despegar con un cuchillo, haciendo una palanca amenazante para ojos. Asó, como buen cavernícola que se enfrenta a las estalactitas de su cueva.
Este me parece un tipo de problema pseudopasivo. Me hace renegar dos veces al día en verano, en invierno desiste. No pienso en la cubetera fuera de esas interacciones reducidas o si no tengo que palanquear la masa de hielo-pollo. La solución al problema (comprar cubeteras nuevas) es temporal. La próxima cubetera durará poco y lo sé. Hace unos días encontré la solución sin querer: vi en un bazar una cubetera con tapa de plástico y cubos de silicona. Este hallazgo, a pesar de ser fortuito, solucionó fantásticamente el dilema de la cubetera. Fin. Aunque nada grave, era una suerte de problema. Un problema poco serio.
Una piedra en el zapato es un problema: incomoda para caminar, nos pone de mal humor, puede lastimarnos la planta del pie. Es una pavada: me saco el zapato, lo sacudo hasta que salte la piedrita y todo vuelve a su curso normal. Pero esa nimiedad, que es ínfima, la admitimos como problema. La usamos metafóricamente, a modo de refrán que significa problema.
Ah, dirá usted, pero peor es tener una piedra en el riñón. Y eso nadie lo niega.

Estoy metida en un problema (mucho más serio en tenor y consecuencias). Estoy nerviosa, no puedo encontrarle la vuelta, pido consejos, sueño con ello. Es una decisión ética compleja, etc. Y sucede simultáneamente a la estupidez de los hielos incómodos. Ambos me parecen un problema: uno serio, honesto; otro, mínimo. Reconozco que ambos son eventos transitorios, eventualmente manejables. ¡Ah! Se puede exhalar.
Hablé con mi mamá sobre los hielos y las cubeteras y recordó las que tenían en su casa cuando era niña: una verdadera porquería. De aluminio, con divisiones filosas y una especie de espátula. Parece algo que tendría un odontólogo escondido en su consultorio, para fines nefarios. No se rompía como plástico, pero saltaba para todos lados y los cubos salían deformados. ¡Un problema generacional! (y muy poco serio, at that). Aluminio, plástico, silicona. Los hombres y mujeres buscan a través del tiempo una solución a la problemática de los cubitos.
Aquí otra dupla comparativa: lo de los hielos nunca me perturbó el sueño; los gritos y ruidos de las vecinas de abajo, sí. Tengo un problema con ellas, es fácil de estar de acuerdo con esa premisa. Lo de los hielos, no tanto. ¿Es una cuestión de denominación? Inconveniente, dilema, enigma, preocupación, contratiempo, inconveniente, obstáculo… ¿No es el matiz semántico de fondo, coincidente en todos estos usos, el del problema?
Lo que está bajo control
El atenuante dialógico, que repara en la gravedad posible o la vergonzosa realidad, no ignora del todo la naturaleza del evento planteado como problema y no creo que esté del todo mal reconocer su pequeñez. Admitir verbalmente y frente a otros (o ante uno mismo) que el problema es “poco serio”, “deshonesto”, “irreal”, posibilita calificarlo también de manejable.
Por otro lado, relativizar qué es un problema, me parece el juego mental más inútil posible. Si te molesta, te incomoda, te preocupa: es tu problema. Honesto o deshonesto, esa etiqueta podrás elegirla criteriosamente y según tu tolerancia. Si decimos: “no es tan grave”, aún aceptamos que estamos en un aprieto.
Mi obsesión con el continuum entre extremos hace su aparición (¡siempre lo mismo!). En la etiqueta “problema” danzan eventos complejos y estúpidos, graduales. No todo tiene que ser cáncer terminal para ser problema. Una gotera en el baño, un perro que ladra toda la noche o una traición: problema, problema, problema. Reitero: si es un obstáculo para el bienestar, podemos tratarlo de problema: para intentar resolverlo o escaparnos, como cualquier problema lo merece.
No hace falta que te busques un problema serio para encontrar una solución.